Ilustración Eneko

Es cuestión de democracia

Ilustración original de Eneko

Los sistemas democráticos basados en la representatividad han supuesto mayor eficiencia en su funcionamiento. Sin embargo, la globalización y el devenir de la política han provocado que ciertos colectivos no se vean representados. Entre ellos el migrante, a quien directamente se le niega el derecho a sufragio. 

Ilustración Eneko
Ilustración de Eneko

La democracia es el sistema político por excelencia en el sentido que se ha denominado como el mejor sistema político hasta el momento. Es evidente que la democracia es imperfecta, que los tipos ideales de cómo debería ser se diluyen en su momento de aplicación. En este sentido, podemos valorar la democracia desde el punto de vista instrumental —es decir, si este sistema tiene las instituciones necesarias para considerarla como tal— o desde el punto de vista material —esto es, qué efecto tiene la democracia en la igualdad—. En específico, este artículo quiere enfocarse en valorar las consecuencias nefastas que la desigualdad de representación tiene para cualquier democracia. Pero, en especial, nos centraremos en España y la comunidad migrante, en la cual hay mucha gente racializada procedente de ‘’aquella cultura no blanca occidental’’. 

Trabajar en mantener la democracia y adaptarla es trabajo generacional. En sistemas como el español, en los que hay más enfoque en alabar el ‘’esfuerzo’’ de la Transición Democrática (1975-1978), se nos hace difícil hacer un debate en profundidad sobre qué ha pasado desde entonces. Un debate real.       En especial, hablar de cuán democrático es que la incidencia política de ciertos colectivos no sea posible a través del derecho a sufragio. Gracias a la vida las cosas han cambiado desde 1978. Aquí tenemos el primer punto de análisis. La representatividad democrática busca que los ciudadanos voten a representantes que defienden, en teoría, sus intereses en las Cortes. ¿Pero hasta qué punto son representativas unas Cortes cuyos electores no forman parte, en su mayoría, de estos colectivos? Y si las democracias están basadas en la representatividad, ¿hasta qué punto son democráticas las instituciones que no han sido elegidas por todas las personas que forman parte de la sociedad? 

Muchos nos podrían argumentar que esto forma parte del juego democrático. Pero es que es la democracia es la que está en juego. Analicemos el hecho de que la gente migrante no pueda votar. 

El principio de igualdad intrínseca garantiza que no se formen principios alternativos que hagan peligrar la propia democracia. Si la gente migrante no puede votar limita su capacidad de incidencia y esto es peligroso porque un grupo de gente, que numéricamente puede ser hasta grande, se ve aplastada por una minoría. No obvio que los migrantes son menos que la gente que no lo es, eso es evidente, pero tengo en cuenta la gente no migrante que puede apoyar sus peticiones. Si hay un gran grupo que apoya la política X, pero a la hora de votar se le limita el derecho a sufragio a mucha gente, hay mucha dificultad de que la política X llegue a las Cortes como debate. Ejemplo de ello es la petición de modificar la Ley de Extranjería, una petición con un dificultoso in-put por el colectivo que la apoya. 

La tiranía de mayorías tiene un gran peligro, más allá de la opresión de las minorías, y es que esta mayoría a veces no lo es. ¿Qué resultado hubiese habido el 10N si la gente a la que se le niega el derecho a sufragio hubiese podido votar? 

Pero lo peor de esto es que creamos la narrativa de que la gente migrante no pinta nada en la política, y este mismo colectivo puede interiorizar esto. En general, tal como describe Colin Crouch en Posdemocracia (2004), ya hay una cierta desconexión con la política por: 

  1. La representatividad. Esta ha garantizado que más gente participe pero que la implicación sea menor que en sistemas asamblearios (ej.: participación en elecciones primarias con sistema de caucus). Es decir, mi implicación política acaba cuando voy a votar y ‘’ellos’’ se encargan.  Pero imagínate si ya directamente el colectivo migrante y, por lo tanto, una gran parte de colectivo racializado, no puede votar. 
  2. La capacidad de presión de los poderes económicos. Los lobbies han sabido jugar bien las cartas de la democracia representativa, pues han sabido cómo hacer incidencia directa financiando campañas políticas. Esto no es ningún secreto, y se crea la idea de que la política está hecha para gente con dinero y que es a ellos y no a mí a quien se hará caso. En definitiva, que solo un grupo privilegiado tiene capacidad de incidencia de verdad. Pero ¿qué pasa si un colectivo, que por lo general se encuentra en una situación de precariedad, ve la capacidad de in-put demasiado lejos de sus manos? La respuesta es evidente: que no conectarán con la actividad que, en teoría (y a veces, a la práctica), busca el bien común. 

Y, aquí, seguimos con otro segundo punto de análisis: la economía. Las llamadas ‘’democracias consolidadas’’, las que lo son desde un punto de vista instrumental, tienen este tipo de economía. Bien, sin entrar en qué sistema económico garantiza mejor una sociedad con menos racismo (la dicotomía comunismo-capitalismo está evolucionando), cabe analizar cuál es el papel desde el punto de vista económico del colectivo migrante. 

Es sabido por todos que es un colectivo que debe demostrar más siempre, que sus saberes a veces no se reconocen como saberes legítimos (ej.: problemática de convalidación de títulos) y, en definitiva, un colectivo que lucha en los márgenes contra un sistema social y económico que lo excluye. Como hemos dicho antes, el poder de influencia de poderes económicos ha jugado bien sus cartas. Pero es que, además, el dinero en sistemas económicos como el español, dota de unos recursos sociales repartidos de manera desigual. Esto tiene consecuencias en la democracia 

En este sentido me gustaría hablar y adaptar el concepto de comprensión ilustrada (Dahl). A mucha gente migrante, con situaciones de una diversidad espectacular, no se le concede la posibilidad de convalidar títulos en nuestro país. Por lo que, para poder ejercer su profesión, ha de desembolsar una cantidad de dinero que solo unos cuantos privilegiados tienen. Esto limita sus posibilidades de desarrollo profesional, les crea frustración y les aliena de su propia vocación. En una situación así, ¿qué espacio de conocimiento político queda? Es decir, ante la enorme dificultad de poder desarrollarse profesionalmente, ¿realmente soy capaz de plantearme cuáles son las dinámicas políticas de este país? ¿Soy capaz de plantearme que hay un sistema que, de manera estructural, me excluye? Aquí tenemos el primer fallo, según este punto de vista, de la democracia. El limitar de manera sistemática el desarrollo personal es un obstáculo totalmente arbitrario y en contra del principio de igualdad. ¿En eso consiste la democracia? ¿En hablar de igualdad y no dar las mismas oportunidades a todo el mundo? Es aquí donde se crean falsas ideas de la capacidad profesional del colectivo migrante. Un colectivo estigmatizado y limitado por las ‘’reglas democráticas’’. 

En definitiva, las consecuencias de la poca capacidad de incidencia política de migrantes se podrían resumir en: 

  • Creación de una mayoría dudable. 
  • Falta de representatividad y dificultad para hacer llegar demandas al sistema político, con lo que una parte de la sociedad no está silenciada, sino que se la silencia. 
  • Aplastamiento de los poderes económicos frente las voces de un colectivo precario. 
  • Límites en la comprensión ilustrada de la realidad ante dificultades que ahogan la propia supervivencia. Entre ellos, la negación de convalidar títulos y poder dejar ejercer a cada persona su profesión generando precariedad y más obstáculos al desarrollo. 
  • Creación de la narrativa de que los migrantes no aportan nada a nuestra sociedad desde el punto de vista profesional. Una visión que alimenta unas ‘’mayorías’’ que materialmente, a lo mejor, serían minoría. Hasta que el colectivo migrante en su totalidad no tenga derecho a sufragio, no saldremos de dudas. 

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